Muralismo
Corriente estética que tiene un auge
mundial entre los años veinte y cuarenta, al finalizar
la Revolución Mexicana y que surge cuando el arte latinoamericano,
dependiente de Europa, tiene en México un momento de
particular interés al desarrollar el arte del mural.
Los cambios resultantes de este periodo, sobre todo sociales,
generan una nueva visión frente al motivo de representar
en las artes así como una nueva manera de ver la vida.
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Esto se traduce en mexicanismo, humanismo y universalismo. José
Vasconcelos, relacionado en aquel entonces con la Secretaría
de Educación y Arte, llama a varios pintores mexicanos para
decorar los edificios públicos.
En la capital se distinguen esencialmente tres: Diego Rivera, José
Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
El muralismo responde a los ideales revolucionarios y a la paz política
y no es en sí una técnica como el mural o fresco:
es una escuela o movimiento.
En Chile, el muralismo se inicia con las brigadas que se organizaron
en los años setenta, con fines propagandísticos, las
cuales, tras el triunfo de Allende, funcionaron como mensajes concientizadores
sobre las responsabilidades del Estado y la sociedad.
Entre las brigadas más conocidas están Ramona Parra,
Inti Peredo y Elmo Catalán, las que instauraron un lenguaje
particular y con funciones determinadas: rellenos y fondos en colores
puros que vibran al interior de gruesas líneas negras del
brochazo delineador, la instauración de símbolos (palomas,
puños, rostros, estrellas) para formar imágenes fuertes
e impactantes que transformaron el paisaje urbano.
Con el Golpe de Estado, el movimiento se interrumpió, subsistiendo
apenas como resistencia política; al regreso de la democracia,
los artistas han realizado murales en universidades, edificios del
centro de la capital, en Valparaíso (donde hay un recorrido
especial) e incluso en el Metro.
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